Cuando se es adulto y aún persiste esa dependencia...habrá momentos en que uno sienta esa carencia. En la práctica de la presencia aprenderá a abrazarla, sin miedo, hasta que se vaya diluyendo en el mar de la consciencia.
Todavía solemos reaccionar a si nos sentimos bien o nos sentimos mal, y esas son cosas del mundo, que es, en sí, impermanente. El niño no lo sabe y podría llegar a enfermar por abandono.
Sin embargo el adulto, con un conocimiento que el niño no tiene, puede distanciarse de sus sensaciones y descansar tranquilamente en el gozo del ser, pase lo que pase, y es el logro de ese estado al que llamamos madurez.
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