Por otro lado, la actividad mental, que es la que construye y mantiene a esa imagen ideal, tiene un poder de atracción sobre nosotros de carácter adictivo-compulsivo.
Esto último se entiende si tenemos en cuenta que la mayor parte de la imaginación suele funcionar como un mecanismo de defensa contra la angustia básica o herida primordial.
Lo trágico es que, cuando abandonamos la presencia, nos abandonamos a nosotros mismos, cambiando todo nuestro poder por la gloria que nos proporciona la imaginación.
Asi que, si queremos cambiar esta dinámica, primero es necesario reflexionar, comprender y, después, tomar la decisión de hacer que el tirón gravitacional se produzca en el sentido de la presencia; de lo que somos.
De lo contrario es posible que sea, poco antes de morir, cuando nos enteremos de quién somos de verdad.
La meditación suprema tal vez tenga lugar cuando estemos a las puertas de la muerte, porque es entonces cuando nos damos cuenta de que ya no queda tiempo para satisfacer los deseos de venganza que suelen nutrir al ego desde el inconsciente.
Sólo quedará tiempo para contemplarnos a nosotros mismos, o sea, la vida misma contemplándose a sí misma.
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